¿PELÉ Y MARADONA GOLEARON A CARLOS MARX?

No hace mucho tiempo, en Buenos Aires, las autoridades del pequeño club de barrio que vio nacer al ídolo máximo del fútbol argentino y quizá el mejor jugador de todos los tiempos, Diego Maradona, se vieron obligadas a expulsar de la lista de socios a uno de los generales genocidas de la dictadura militar que asoló al país durante la pasada década del ´70.

Esa decisión de los directivos de Argentinos Juniors fue un hecho de demasiada notoriedad y con contrastes teñidos de sangre, aunque con menos prensa y también menos dramatismo, cada día, en cientos de tribunas de todo el planeta, quienes están de un lado y del otro de la historia se abrazan y gritan al unísono cuando el equipo de su amores convierte en la valla contraria, y ni que hablar si sale campeón.

Para millones de brasileños desposeídos de toda posesión, Pelé – el único que puede desbancar en grandeza de juego a Maradona- es un ídolo intocable, incluso para aquellos que saben a ciencia cierta que el tres veces campeón mundial con la casaca amarilla y verde es socio del ex secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger.

Kissinger es uno de los capos mafia de la «Cosa Nostra» futbolera, tal cual fue descripta y analizada ésta en un artículo que APM distribuyó el jueves de esta semana. Una «Cosa Nostra» con empresas y políticos que encubren formas de trabajo cuasi esclavo a principios del siglo XXI, y utiliza los fondos del meganegocio deportivo para financiar operaciones de inteligencia y de terrorismo de Estado en América Latina.

¿Acaso todos los que gustamos del fútbol conformamos una banda de necios sin retorno a la luz de la razón? ¿O será que entre gambetas y pases cortos, goles y verónicas de toreros, pero con los pies y con un balón, Pelé y Maradona supieron engañar y desmentir a Carlos Marx?

A veces parece lógico suponer que el fútbol es una de las pocas actividades de la sociedad contemporánea – sino la única- contradictoria con el dialéctico principio que ubica a la lucha de clases en el corazón mismo de los procesos históricos.

Según cuenta la llamada historia de Occidente, fueron los griegos los primeros en descubrir el enorme potencial que encerraba la reconversión de la guerra en un simulacro de tal, y así nacieron los Juegos Olímpicos.

Inmensas multitudes acudían desde todos los rincones de Grecia a participar en los fastos para los dioses, y para asistir a las competencias atléticas. En Nemea, los juegos nemeos; los píticos en Delfos; los ístmicos en Corinto y las olimpiadas en Olimpia, que empezaron a celebrarse en el año 776 a.C.

Venerar los mismos dioses, practicar los mismos ritos y observar el mismo código en la competiciones significaba en definitiva aceptar un común denominador cultural.

Durante el siglo V de la misma era, los mecanismos de construcción cultural de consensos en torno al sistema de poder se habían perfeccionado.

Las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides reelaboraron el mito de Dionisios, el dios sufriente, y centraron la atención en las especulaciones éticas respecto del bien y al mal, y en la intervención de los seres supremos en el destino de los hombres.

Fueron las tragedias piezas claves a la hora de educar y crear valores universales, aceptados como tales por el conjunto de la sociedad.

Con el fútbol está aconteciendo algo similar. Es que, como una vez dijera Tomás Maldonado, uno de los intelectuales argentinos más lúcidos de las últimas décadas, hace ya muchos años radicado en Italia, «el capitalismo es el sistema digestivo más perfecto que conoce la historia, digiere todo lo que se le cruza en el camino».

El fútbol podría ser considerado como espacio característico del ocio ejercido como actividad física de esparcimiento, según las posibilidades que analiza el francés Roger Sue, en su libro «El Ocio» (Fondo de Cultura Económica, México, 1995).

O como juego, de acuerdo con la variante planteada en «Homo Ludens» (varios autores, Instituto para la Investigación y la Pedagogía del Juego de Salzburgo, Austria, Buenos Aires, 1996).

Ambos casos se refieren a un hacer creativo, desenajenado respecto de las imposiciones alienantes del sistema productivo, y constituyente de la subjetividad en interactuaciones sociales.

Sin embargo, una vez atrapado por la anatomía y la fisiología del capitalismo como sistema digestivo, el deporte más popular de todos los tiempos (quizás porque es una de las pocas actividades que los humanos hacemos casi sólo con los pies y en la cual, salvo excepciones, las manos están prohibidas) quedó transformado en uno de los más eficaces disciplinadores sociales que hayó el modo de organización económica, política y cultural hegemónico en la actual etapa de la historia de la humanidad.

Una actividad lúdica como el fútbol, que convoca a millones de seres humanos, encierra en si misma enormes potencialidades de cohersión, en la medida que ellas sean captadas por los propietarios dentro del sistema capitalista en su estadio actual – con predominancia financiera -, y puedan éstos, los propietarios, acapararlo dentro de las redes de los grandes creadores de consenso: los medios de comunicación, especialmente audiovisuales.

Fue justamente por ello que, en un sentido estratégico, y combinando grandes beneficios económicos y financieros inmediatos (otra vez ver en esta misma página electrónica el artículo El fútbol es «Cosa Nostra), el sistema empresario corporativo aprovechó los recursos monetarios liberados tras el abandono del patrón oro por parte de dólar, a principios de la pasada década del ´70, para funcionarse con el sector medios de comunicación y entretenimientos, especialmente con las grandes cadenas de televisión.

Basta entonces con observar en forma sistemática cuál es el comportamiento de esos medios de comunicación a la hora de referirse al fútbol. Dependientes de las ataduras económicas que establece el sistema de publicidad y patrocinios, los mensajes periodísticos y de divulgación se arrinconaron en el mundo de las superficialidades acríticas, de la convalidación del sistema de poder que impera en el planeta deportes y del silencio cómplice.

Esos medios, entonces, hacen del fútbol un mundo en sí mismo, al borde del mito, al borde de los escenarios de aquellos griegos que, gracias a los juegos y a las competiciones, compartían dioses y valores con carácter de universalidad.

Es en ese juego de espejos múltiples que los medios de comunicación presentan fútbol – mito, desde el cual se proyecta un espejismo de sociedad, de mundo, sin clases, sin pobre ni ricos, sin torturados ni torturadores.

Y el rito debe reiterarse con la mayor frecuencia posible, no sea que entre ceremonia y ceremonia, cuando los estadios quedan vacíos y la espera se extiende hasta la próxima puesta en escena, los espejos se rompan y con ellos el espejismo vuelva al mundo de la no realidad, del cual nunca debería emigrar.

Por: Víctor Ego Ducrot (APM)

Santiago de Chile, 18 de junio 2006
Crónica Digital , 0, 132, 5

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