Cálculos de la Red por la Justicia Fiscal indican que estos lugares, conocidos también como centros offshore, reducen en 255 mil millones de dólares anuales los ingresos de los gobiernos.
Los paraísos fiscales socavan las economías nacionales por medio de los bajos impuestos, la fuga de capitales, el manejo de fondos por parte de operadores financieros, y la expoliación de los países en desarrollo.
Muchos creen que crear empleos y propiciar inversiones con bajos impuestos es la mejor solución para una economía pobre. En realidad, las reformas fiscales que favorecen al capital pueden llevar como contrapartida un aumento de gravámenes para otros.
En estos casos los perjudicados suelen ser los trabajadores, con mayores tasas impositivas en las nóminas o por medio de tributaciones indirectas en la canasta básica, o en general en artículos de consumo.
A fin de cuentas también alguien debe pagar por los sueldos, frecuentemente abultados, de los ministros, funcionarios y empleados de los gobiernos, y costear inversiones públicas imprescindibles para el funcionamiento normal de una comunidad.
En apariencia estas cuestiones pudieran plantearse como propias de las técnicas tributarias, pero implican decisiones de valor político para cualquier sociedad.
También la fuga de capitales cobra su precio. Los bancos de las islas Caimán, por ejemplo, retienen depósitos superiores a los de un país desarrollado como Francia, aunque el Producto Interno Bruto (PIB) de ese paraíso fiscal es mil quinientas veces menor.
En España el 29 por ciento de los activos se suponen controlado por bancos andorranos, y por el carácter opaco del conocimiento detallado de las transacciones se desconoce el destino de los fondos.
El dinero evadido de Argentina hacía los centros offshore se consideró en su momento equivalente a la deuda externa total del país, y de hecho, si se sumara la enorme masa de fondos que escapa de los países subdesarrollados, con seguridad se erradicarían muchas carencias de esas sociedades.
Los Mercados
Gran parte de la dirección económica del mundo se encuentra en manos de los mercados por el manejo de fondos de especulación con raíces en los paraísos financieros.
Acontecimientos políticos son valorados por operadores que influyen en los precios de minerales y productos agrícolas e industriales, y el manejo de las tasas de interés interbancario se convierte en asunto decisivo para el comercio internacional.
Los tiempos de la dominante influencia de la oferta y la demanda pasaron a la historia bajo la acción de los llamados fondos especulativos, y de los expertos, conocidos como operadores, en la práctica agentes de grandes capitales, con frecuencia de origen desconocido.
En la práctica estos «técnicos del mercado» pueden estar al servicio de grupos de inversión cuyo dinero tenga un origen sucio. En fin, la especulación se convierte en un elemento considerable de los precios.
Todos los mecanismos enunciados anteriormente son instrumentos de expoliación de los países más pobres y subdesarrollados, facilitados por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Cientos de miles de operaciones forman parte de este imperio del dinero, reguladas por medio de computadoras en las cajas de compensación bancaria, gracias a las cuales se reduce a la mínima expresión el traslado de dinero físico en los casos inevitablemente necesarios.
La movilidad del dinero es una ficción por medio de simples apuntes electrónicos y el intercambio de ellos. Las cámaras de compensación y liquidación se ocupan de valores, títulos y documentos, y plataformas de atención a clientes mueven embarcaciones y productos en todo el planeta.
El dominio de la libertad absoluta del dinero y la desregulación de los capitales imponen así su voluntad a los Estados, frecuentemente sin que se conozca la identidad real de los propietarios y la procedencia del financiamiento.
En América Latina existen capitales nacionales suficientes para construir acueductos, carreteras para el traslado de productos agrícolas, escuelas, hospitales y otros servicios comunitarios capaces de reducir el atraso y la pobreza.
Sin embargo, muchos de esos fondos están en función de la especulación, bien resguardados por el secreto de los paraísos fiscales para aumentar ingresos de mafias y personas y familias adineradas.
La economía productiva es la gran perdedora junto a las empresas pequeñas y medianas. Las multinacionales, en cambio, se benefician con los costos de producción, los precios de venta y la evasión de impuestos.
Si las empresas medianas y pequeñas son las más perjudicadas, se sigue que como ellas predominan en las naciones menos industrializadas, los países subdesarrollados pagan un costo adicional por la existencia de los paraísos fiscales.
Con los paraísos fiscales se facilitan innumerables operaciones ilegales, incluso en las firmas transnacionales, que de no existir los centros offshore serían más difíciles de ejecutar.
Si en una empresa algunos directivos se ponen de acuerdo al margen de los accionistas para concederse grandes pensiones, la simple creación de una entidad fantasma en uno de los paraísos fiscales hará expedita la operación.
La evasión fiscal reduce los ingresos de los Estados, incluso de países como Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Japón y Rusia.
Las operaciones financieras de los paraísos fiscales dañan las políticas comerciales, las actividades bancarias y el financiamiento de servicios sociales.
La inversión extranjera, por medio de los centros offshore, puede enmascarar la procedencia del dinero.
Por: Jaime Porcell. *El autor es periodista de la Redacción Económica de Prensa Latina.
Santiago de Chile, 25 de septiembre 2006
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