ESCUCHAR MÚSICA ALIVIA EL ESTRÉS Y EL MALESTAR FÍSICO

Psicólogos de la Universidad de Caledonian de Glasgow, Escocia, apoyaron los resultados de su estudio en un experimento que involucró a un grupo de participantes, que tuvieron que sumergir sus manos en agua helada.

Cada uno de los voluntarios tuvo la oportunidad de elegir entre escuchar su música favorita, resolver operaciones de aritmética o mirar comedias en la televisión.

Los participantes que escogieron escuchar la música de su preferencia lograron mantener las manos en el agua fría por más tiempo, indicaron los investigadores.

La música ayuda a las personas a relacionarse de forma emocional con sentimientos positivos, a diferencia de los estimulantes o las drogas, estima la doctora Laura Mitchell, que participó en el estudio.

«Es la estrategia más efectiva para combinar distracción y sentimientos de control», puntualizó.

Por su parte, el doctor Raymond MacDonald, uno de los responsables de la investigación, indicó que las conclusiones revelan más del «poder de la música en nuestras vidas para soportar el dolor».
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BRUJAS, REBRUJAS Y ENAMORAMIENTO EN EL CINE

Jue Mar 31 , 2005
La Kidman nunca cumplió el sagrado precepto de las rubias platinadas de Hollywood: ser una rompecorazones de multitudes anónimas de hombres agarrotados por la desesperación del sinamor. Y ahora tiene la osadía de querer reemplazarnos a la brujilla que con la elegancia tristemente provinciana de un pueblo perdido en Estados Unidos nos hacía pasar tardes agradables, sin violencia ni sexo compuesto e impuesto. La noticia me ha sorprendido en la desesperación de quien acaba de descubrir que una de sus últimas ilusiones, una de sus penúltimas fantasías se le ha ido al traste por mor de la globalización esa que no solamente juega con el euro y el dólar y hace del Fondo Monetario Internacional el protagonista de un sin fín de películas de catástrofes sino, lo que es gravísimo de la muerte, con nuestros sentimientos más íntimos y profundos. Por esos caprichos que tienen las mujeres y que la vida les facilita con tanta frivolidad desgarbada, un servidor es ciudadano europeo, hermano de leche como quien dice de veinticinco pueblos distintos a los que no entiendo, cuyas lenguas ignoro y cuyas motivaciones, aspiraciones y ambiciones están tan lejos de mi alma como de los sueños criminales del mosquito que transmite el dengue. A estas alturas de la película de la vida, ser europeo empieza a tener poca gracia. Imagínense, la idea de los genios que construyeron la Comunidad Económica Europea y luego la Unión Europea era constituir una fuerza multiusos frente a los Estados Unidos de América; pero, mientras los cerebros que en sus despachos de Bruselas cobran bellos estipendios por hacer parecer que piensan en esa enorme majadería, los europeos de a pie tenemos que sufrir las consecuencias de una Europa en busca de un equilibrio económico que a uno se le antoja como el aquellas películas de los hermanos Marx sin pies ni cabeza ni nada de nada. La ventaja es que con ellas por lo menos uno se desternillaba de risa. La gente de mi generación ha sido criada en gran parte con el mito de la aviación comercial. Cuando todavía no éramos europeos del todo, los que podíamos nos íbamos los domingos a las terrazas del aeropuerto parisiense de Orly para ver despegar bellos aviones de colores de ensueño que musitaban voces irreales, partían para Nueva York, Londres o Nueva Delhi. Al cantante Gilbert Becaud este pasatiempo de la impotencia de miles de bolsillos le inspiró una bonita canción que todavía escucho con un relente de lágrimas en el fondo de los ojos. El mito del transporte millonario por avión, en lugar de tomar el tren aunque fuese con el detective Hercule Poirot dispuesto a cumplir órdenes de Agatha Christie y develar siniestros secretos, lo asentó definitivamente el cine. Porque era tan raro todavía en los cincuenta utilizar el avión para desplazarse de un lugar a otro que todas las estrellas de cine que yo estaba encargado regularmente de ir a interrogar cuando pisaban París me daban sus respuestas en el andén de la estación […]

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