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Mar Ene 2 , 2007
Lapso breve, brevísimo, para dar por terminada una etapa eterna que decretó apresuradamente el inglés Francis Fukuyama (The End of History and the Last Man) en 1992, apenas un año después de la ilegalización del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Un elemento que ratifica el error de Fukuyama, para quien había terminado la lucha de clases y una «democracia liberal» sustituiría la sociedad sin clases prevista por Carlos Marx y otros teóricos, es el auge hoy de la izquierda en América Latina. Un eslabón importante en este proceso es la creación, presumiblemente en 2007, 16 años después de la desaparición del PCUS, de un Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), expresión del avance socialista en el país sudamericano. Con un respaldo electoral superior a 7,3 millones de votos, de un total de algo más de 11 millones de votantes, el PSUV se convierte en una pieza orgánica del Socialismo del Siglo XXI, como es promovido por el presidente venezolano, Hugo Chávez. A la nueva organización, desde su inicio convertida en partido gobernante, le corresponderá definir y dirigir un proceso que se propone nutrirse de los clásicos, pero también de lo autóctono e innovar teniendo en cuenta errores pasados y experiencias positivas. En esa dirección Chávez ha adelantado que se trata de un socialismo del cual no estarán ajenos los principios del cristianismo original de justicia social, la experiencia de los aborígenes y el ideario de próceres americanos como Simón Bolívar. Sus previsiones indican asimismo que habrá de evitarse la repetición de errores cometidos por el PCUS y otros partidos europeos, a cuya dirección se atribuye una considerable responsabilidad en el fracaso de aquel llamado «socialismo real». Sin copiar, es indudable que este Socialismo del Siglo XXI tendrá también su inspiración en Cuba, que contra viento, marea y pronósticos pesimistas se mantuvo «como una estrella roja en el firmamento», ha dicho Chávez. Por esas vueltas de la vida y del periodismo, me tocó presenciar la ilegalización del PCUS, por la pluma de Boris Yeltsin, en medio de la indiferencia o cuando menos desconcierto de sus 20 millones de militantes. Poco después apenas cientos de militantes comunistas -ya ilegalizado su partido- salieron a festejar el aniversario de la Revolución de Octubre en una manifestación que enfrentó la resistencia de la policía moscovita, todavía «soviética». Un elemento curioso de ese hecho fue la ausencia de los hasta poco antes poderosos miembros del «politburó» en la demostración que tuvo sus principales dirigentes en miembros de base de la recién ilegalizada organización. Megáfono en mano Víctor Ampilov, un militante sin cargos de «nomenklatura», se enfrentó a las barreras policíacas que intentaban cerrar el paso a la Plaza Roja a la multitud. Sólo con habilidad, y el probable auxilio de algunos policías, logró llegar la demostración por un intrincado laberinto de callejuelas hasta su objetivo, al cual se le permitió entrar por detrás de la plaza, en sentido contrario al utilizado tradicionalmente en los desfiles. El episodio ilustró una de las causas del fracaso: […]