Imagine un país que desarrolla y produce sus propias vacunas para enfrentar la COVID–19, suficientes para cubrir a toda su población, pero que no puede inocular a todos debido a la escasez de jeringas. Esta situación absurda es real y pronto se enfrentará en Cuba. La Isla ya ha vacunado a unos 2 millones de sus 11 millones de habitantes y espera tener el 70 por ciento de la población vacunada para agosto. Sin embargo, debido al embargo estadounidense de 60 años, que castiga a los civiles en una pandemia, el país enfrenta una escasez de millones de jeringas.
Tiene poco sentido que un país tan avanzado en biotecnología y productos farmacéuticos deba tener problemas para abastecerse de jeringas. Esta realidad es consecuencia de lo que equivale a una guerra económica estadounidense, lo que dificulta enormemente a Cuba la adquisición de medicamentos, equipos y suministros de proveedores o empresas de transporte que hacen negocios en o con Estados Unidos. Hay escasez de jeringas a nivel internacional, por lo que ninguna empresa quiere estar empantanada navegando por las complicadas demandas bancarias y de licencias que el Gobierno de los Estados Unidos impone a las transacciones con Cuba.
La ironía es que los logros de Cuba en salud son un modelo y un beneficio demostrable para el mundo entero, uno que Estados Unidos debería apoyar. Este es un país que está desarrollando su economía a través de la salud y la educación, un proyecto que comenzó hace 60 años con las campañas de alfabetización y salud rural. El sistema de salud pública de Cuba le ha permitido superar a gran parte del mundo en términos de esperanza de vida, mortalidad infantil y, más recientemente, estadísticas de pandemias per cápita.
Al inicio de la pandemia, la industria biotecnológica de vanguardia de Cuba se reorientó rápidamente para producir tratamientos y desarrollar vacunas por la COVID–19. Al mismo tiempo, se desplegaron médicos, enfermeras y otros profesionales de la salud cubanos en más de 40 países para combatir la pandemia en el frente, ayudando a las poblaciones pobres y desatendidas del mundo a sobrellevar lo peor de la crisis. Para Cuba, la salud no es solo un derecho de su propio pueblo; es un derecho que se debe defender y compartir con todos los pueblos.
Cuando los Gobiernos de Barack Obama y Raúl Castro trazaron un nuevo rumbo hacia las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, había esperanzas de que el fin del embargo estaba en el horizonte. El Presidente Obama comprometió al Gobierno cubano para establecer relaciones diplomáticas plenas, alivió las restricciones a los viajes y las remesas, eliminó a Cuba de la lista de patrocinadores estatales de terror y expandió las exportaciones estadounidenses a la nación.
Todo este progreso fue deshecho luego por la Administración Trump, que endureció las sanciones a Cuba en medio de la pandemia. Además de eso, presionó a los aliados de los Estados Unidos en América Latina, especialmente Brasil y Bolivia, para que expulsaran a los médicos cubanos. No hay duda de que estas decisiones cuestan vidas.
El primer día de la nueva Administración, el Presidente Biden emitió una directiva de seguridad nacional en que pedía una revisión del impacto de las sanciones en la respuesta a la pandemia, con miras a ofrecer alivio. Una vez más se encendió la esperanza de una política sensata de los Estados Unidos hacia Cuba. Ahora, casi medio año después de la Administración Biden, las políticas de “máxima presión” de la era Trump siguen vigentes. La Casa Blanca ha dejado en claro que mejorar las relaciones Cuba–Estados Unidos –y con ello, la vida cotidiana del pueblo cubano– no es una prioridad. La esperanza se convierte rápidamente en indignación entre los ciudadanos estadounidenses y cubanos por igual que creyeron en las promesas de Biden de revertir la política de amenazas, interferencia en los asuntos internos de Cuba y obstrucción del acceso a las necesidades humanas básicas de la Administración Trump.
La Administración Biden enfrenta presión creciente del Congreso para que tome medidas decisivas y nos ponga en el camino hacia la paz y las relaciones amistosas con Cuba.
En marzo, 80 representantes del Congreso de los Estados Unidos enviaron una carta al Presidente instándolo a revertir las políticas de la Administración Trump. Más de 100 organizaciones, desde la Organización Estadounidense de Salud Pública hasta Amnistía Internacional, hicieron una solicitud similar a Biden. A nivel de base, los activistas han organizado caravanas de automóviles mensuales en más de una docena de ciudades para exigir el fin del embargo. Las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos sociales han recaudado más de 400.000 dólares para enviar jeringas a Cuba.
Si los derechos humanos van a ser un pilar fundamental de la política estadounidense, como declaró recientemente un portavoz de la Casa Blanca, entonces el embargo debe terminar. Es una política que ataca y daña indiscriminadamente a los civiles. Representa una violación sistemática de los derechos humanos a gran escala.
Los elocuentes discursos del Secretario de Estado Antony Blinken respecto de un orden internacional basado en reglas suenan falsos cuando se trata de la política de los Estados Unidos hacia Cuba. Según el Derecho Internacional, el embargo estadounidense a Cuba es ilegal. Desde 1991, la Asamblea General de las Naciones Unidas ha celebrado una votación anual para adoptar una resolución que pide el fin del embargo. Cada año, Estados Unidos se encuentra aislado ya que casi todos los países del mundo votan a favor de esta resolución. Este año no fue diferente: la votación del 23 de junio mostró a 184 naciones en contra del embargo, con solo Estados Unidos e Israel a favor.
Si realmente quiere mostrar liderazgo global, Biden debería revertir una política que aísla a los Estados Unidos, no sólo a Cuba. En lugar de seguir el camino beligerante de Trump, debería volver a los esfuerzos pioneros de Obama hacia la normalización. Debe aplaudir y facilitar el compromiso de Cuba de producir 100 millones de dosis de sus vacunas, las que compartirá con el mundo. Mientras la pandemia continúa devastando el Sur Global, el mundo necesita la cooperación de Estados Unidos con Cuba, no la confrontación.
Publicado en The Nation.
Por Danny Glover. El autor es un reconocido actor estadounidense, que ha participado en películas como Fuga de Alcatraz, Mandela, El Color Púrpura, Depredador 2, Maverick y The Last Black Man in San Francisco.
Washington, 7 de julio 2021.
Crónica Digital.