Evidentemente, esta constatación no aparece de forma explícita en los discursos de las jerarquías eclesiásticas, que deben mostrar certezas cuando expresan sus puntos de vista en público.Pero un ruido subterráneo revela las piedras que trae un río de inseguridades crecientes y cada vez más amplias.
En buena parte de la Iglesia Católica es evidente el temor a un futuro marcado por la pérdida de poder y relevancia social, política y cultural.
Esta situación se expresa en la disminución del número de sacerdotes, el progresivo pluralismo religioso y la disgregación de la identidad religiosa de sociedades que solían creerse vinculadas intrínsecamente con el catolicismo.
Chile no es una excepción en este proceso. El miedo parece ser un motor silencioso, que impulsa cambios institucionales destinados a reforzar los controles sobre la vida del clero, los agentes pastorales y los laicos comprometidos. Una ola de disciplinamiento parece recorrer los espacios eclesiales, incluso en instituciones católicas que han mantenido durante años una trayectoria de compromiso con la causa de la justicia, la paz y la defensa de los más pobres.
En las iglesias evangélicas los temores son parecidos, aunque en un contexto diferente. Se trata del temor a las expectativas y las preguntas de un número creciente de cristianos que desean respuestas más complejas a sus problemas espirituales, existenciales y sociales.
Demandan una palabra de sentido, que
tome en serio su experiencia acumulada, su adultez cristiana, su ciudadanía democrática, y por eso no basta con eslogans a los que responder con un «Amén» incondicional.
Frente a este proceso, la respuesta suele ser la misma que en el mundo católico: se acentúa el discurso del control y las prácticas autoritarias. «No digas, no hagas, no preguntes», parece ser una consigna que busca cerrar por la fuerza las inquietudes del pueblo evangélico, cada vez es más educado, y por eso más plural y diverso.
Desde hace cientos de años, la tradición cristiana nos ha desafiado a asumir como principio metodológico que la fe verdadera exige un sujeto crítico y autónomo, capaz de asumir el principio agustiniano de «comprender para creer y creer para comprender».
Este axioma parece hoy abandonado y convertido en una nueva forma de fideísmo ciego, abrazado con fervor por adultos reducidos en su fe a la condición de niños perpetuos, incapaces de decidir y optar desde su conciencia.
¿Cómo entender de otra forma la presión desatada ante las farmacias para evitar que vendan la píldora del día después? En nuestro país, en ningún caso o situación, se ha impuesto a nadie la decisión de ingerir ese medicamento. Sin embargo, si la píldora no está disponible en el mercado, quien está siendo coaccionado injustamente es la persona que opta libre e informadamente por ingerirla.
Lo grave de esto es que un grupo de presión minoritario -que no ha logrado articular razones científicas coherentes y descree del rol público que debe animar a las empresas y al mismo Estado- sí puede implementar mediante los hechos consumados un veto activo a una política pública de salud.
La voluntad de las empresas parece entronizarse por sobre las decisiones de las autoridades democráticas.
El miedo al futuro en las iglesias es reflejo de las seguridades artificiales de una sociedad obsesionada por el deseo de no correr riesgo alguno.
La seguridad total se ha convertido en un eslogan que pretende aplacar las incertidumbres propias de una época llena de motivos para temer: un ataque terrorista, las plagas, la violencia, la cesantía, terremotos, tornados, hambre, enfermedades, accidentes, al otro… Zygmunt Bauman ha caracterizado esta situación como «miedo líquido», porque es un temor que fluye con apariencia ligera, pero infiltra e inunda todo.
Sería deseable combatir estos miedos uniendo nuestros recursos y voluntades. Pero en esta sociedad individualista parece difícil una acción solidaria, aunque los temores que nos atormentan son muy similares en el fondo.
Ha llegado la hora de desafiar esta ola de resignada obediencia y temor, animada por quienes se sienten dueños del presente y, por lo tanto, intentan convencernos que el futuro es imposible.
Por Alvarto Ramis. El autor es Teólogo. Centro Ecuménico Diego de Medellín. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 26 de noviembre 2007
Crónica Digital
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