¿EL ACCESO AL MERCADO ES LA RESPUESTA A LA POBREZA?

Con la entrega de casi mil millones de dólares diarios en subsidios para sus propios agricultores, los países más ricos del mundo, que regularmente cantan las alabanzas a los países más pobres de las virtudes de abrir los mercados, son culpables de la más descarada hipocresía.

Sea como sea, queda una pregunta clave para los críticos de la globalización corporativa basada tanto en el Primer Mundo como en el Sur global: ¿es realmente el acceso al mercado la respuesta a la pobreza?

Los gobiernos de las naciones en desarrollo, fresca su victoria en resistir un acuerdo comercial unilateral en Cancún en el 2003, presionarán en Hong Kong para que países como EE.UU. reduzcan sus subsidios agrícolas, algo que la administración Bush ha demostrado hasta ahora que no está dispuesta a hacer. Instituciones como el Banco Mundial y la junta editorial de The New York Times brindarán su apoyo a las naciones más pobres, argumentando que el acceso al mercado del primer mundo es un cimiento para el desarrollo y la reducción de la pobreza.

Esto deja al número creciente de escépticos del “libre mercado” en todo el mundo en una posición incómoda. Ciertamente los subsidios agrícolas tienen dos caras. ¿Pero es la eliminación de esos subsidios el mejor camino hacia la justicia económica para los países en desarrollo? ¿Y tienen razón los críticos en desconfiar de hacer causa común con el jefe del Banco Mundial, Paul Wolfowitz?

En el pasado la cuestión del acceso al mercado había dividido a los progresistas. En 2002 Oxfam, una prominente organización anti-pobreza, emitió un informe titulado “Reglas Amañadas y Doble Moral”, y lanzó una campaña “Por un Comercio Justo”.

El informe presentaba una serie de recomendaciones para mejorar los términos del comercio internacional y del desarrollo, pero el acceso al mercado se convirtió en el enfoque a medida que el documento fue promovido por los medios. Oxfam se hizo eco de la retórica del Banco Mundial al argumentar: “Para que funcione el motor (del comercio), los países pobres necesitan tener acceso a los mercados de los países libres.

La expansión del acceso al mercado puede ayudar a los países a acelerar el crecimiento económico, al mismo tiempo que expande las oportunidades de los pobres”.

Oxfam provocó críticas especiales al presentar a otros activistas como “globófobos”.

Los representantes de movimientos sociales de los países en desarrollo, que a menudo habían criticado las posiciones acerca del comercio de sus propias elites gubernamentales, estuvieron entre los primeros que respondieron.

Walden Bello, director ejecutivo de Enfoque en el Sur Global, acusó a Oxfam de “caricaturizar (a los críticos del libre comercio) en la peor manera de The Economist”.

Afortunadamente, con posterioridad Oxfam ha eliminado tal criticismo gratuito a sus aliados en el movimiento de globalización. Y últimamente la organización ha atemperado sus demandas de acceso al mercado con un mayor énfasis en la resistencia a la intrusión obligada de la globalización corporativa en los países más pobres.

Hay buenas razones para no hacer la apología acrítica del “libre comercio” y el fin de los subsidios. Primero, no está del todo claro que el desarrollo de las exportaciones agrícolas permitirá a los países “salir de la pobreza por medio del comercio”, como argumentan sus proponentes.

Históricamente muchas naciones que han dependido del desarrollo por medio de las exportaciones han sido derrotadas por la declinación de los precios agrícolas en el mercado mundial, un problema promovido por el exceso de oferta.

Como señala un informe de Oxfam en 1992, titulado “La Trampa del Comercio”, “los países que dependen de la exportación de productos primarios como café, azúcar o algodón caen en una trampa: mientras más producen, más bajos son los precios”.

El fin de los ricos subsidios ayudaría en algo esta situación al reducir el dumping de bienes provenientes del primer mundo en el mercado internacional con precios artificialmente bajos.

Sin embargo, no ayudará mucho, incluso si EE.UU., Europa y Japón eliminaran totalmente sus subsidios –algo que políticamente está fuera de la cuestión.

La activista Nancy Birdsall, típicamente pro-libre comercio, junto con los economistas Dani Rodrik y Arvin Subramanian, escribió en un reciente artículo en Foreign Affairs que los estimados del Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostican que “los precios mundiales aumentarían sólo de 2 a 8 por ciento para el arroz, azúcar y trigo; 4 por ciento para el algodón; y 7 por ciento para la carne.

La típica variación anual de los precios mundiales para esos productos es al menos de un orden de magnitud mayor”.

En otras palabras, la famosa inestabilidad de los mercados de exportación agrícola seguiría siendo la destrucción de los agricultores pobres que tratan de sobrevivir.

De la misma manera, los pronósticos más optimistas del Banco Mundial sugieren que un país con un ingreso per cápita de $100 aumentaría esa cantidad en sólo 60 centavos durante los próximos diez años como resultado de una liberalización del comercio. Eso no parece una panacea del desarrollo.

Los pequeños agricultores están en la peor posición para obtener tales ganancias, las cuales lo más probable es que vayan a parar a manos de los intermediarios.

Puestos en competencia contra las gigantescas corporaciones del comercio agropecuario que dominan los mercados y disfrutan de influencia política (para no mencionar el acceso a grandes líneas de crédito e instalaciones para almacenar sus productos cuando los precios bajan), esos pequeños productores aún se verán participando en una competencia amañada.

Además, como señalan economistas como el liberal Dean Baker y Stephen Roach de Morgan Stanley, con Estados Unidos acumulando insostenibles déficits comerciales y de cuenta corriente, el dólar sobrevalorado ciertamente caerá en los años próximos.

Eso significa que habrá una contracción de los mercados norteamericanos de importación. Los países que han basado sus estrategias de desarrollo en obtener una parte de ese pastel se verán obligados a pelear unos con otros para obtener tajadas cada vez más pequeñas.

Desde el punto de vista político, seguir al Banco Mundial y a The New York Times en su enfoque del acceso al mercado desvía la atención de las políticas alternativas que ayudarían a los pequeños productores de manera mucho más directa –soluciones promovidas por movimientos sociales en el Sur global.

Estas incluyen el uso de la ley anti trust para contener el poder de las grandes corporaciones agropecuarias, la presión en pro de la reforma agraria, la promoción del comercio regional y la defensa de disposiciones internacionales para “tratamiento especial y diferenciado” que permita a los países pobres con poblaciones vulnerables garantizar la seguridad alimentaria para su pueblo.

Incluso si los países en desarrollo obtienen concesiones acerca de los subsidios agrícolas, el acceso se obtendrá a un costo.

A cambio, los países ricos exigirán que sus socios comerciales se abran de otra manera –haciendo que los países pobres privaticen servicios públicos como el agua y la distribución de electricidad, y disminuyendo su capacidad de proteger las industrias nacientes.

Un compromiso de la OMC significaría también la reducción de la protección gubernamental que ha ayudado a defenderse a los agricultores de las imperdonables fluctuaciones de los mercados internacionales.

El avance de la globalización corporativa no es el precio que los países en desarrollo debieran ser obligados a pagar a cambio de terminar con la hipocresía norteamericana y europea.

Al final, los pobres continuarán perdiendo mientras el sistema imperante de economía de “libre comercio” siga adelante. Dada esa realidad, un colapso de las conversaciones de Hong Kong sería mejor que un acuerdo injusto adoptado a nombre del desarrollo.

Por Mark Engler, escritor residente en la Ciudad de Nueva York, es analista de Foreign Policy In Focus Se le puede contactar por medio del sitio web http://www.democracyuprising.com. Kate Griffiths brindó ayuda en la investigación para este artículo. Una versión apareció anteriormente en TomPaine.com.

Santiago de Chile, 22 de diciembre 2005
Crónica Digital/ Progreso Semanal

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