Viva Mozart es la consigna repetida hoy en diferentes idiomas de un extremo a otro del planeta donde el niño prodigio revive, a los 250 años de su nacimiento, sin perder ni un solo gramo de su levedad y gracia.
Dos siglos y medios durante los cuales el caudal de su música conservó toda su pujanza, la magia, el hechizo, la capacidad de calar y pulsar toda la gama de los sentimientos humanos. Una música que unifica los juicios valorativos y destierra las discrepancias.
Sin embargo, el genio creador del Réquiem -su pieza más sombría, una misa de difuntos de inquietante dramatismo- no escapó a las artimañas del mercado, que aceitó sus engranajes para sacar partido del mito.
Austria es sinónimo de Mozart este año, pero eso no guarda relación alguna con él sino más bien con el dinero y los negocios, apostilló Nikolaus Harnoncourt, quien inauguró oficialmente en Slazburgo los homenajes, dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Viena.
La peluca empolvada del artista, un signo de su época, es un señuelo común para atraer al público en todas las tiendas de Austria.
Un anzuelo para engrosar el turismo que en 2005, doce meses antes de las celebraciones, generó -a su conjuro- el nueve por ciento del producto interno bruto, según datos oficiales.
Por doquier proliferan manteles, paraguas calcetines, mochilas, lápices, atuendos deportivos con el nombre del compositor de Las bodas del fígaro o algún símbolo alusivo a su vida y su obra.
Hay de todo, desde cervezas, agua mineral, productos lácteos, hamburguesas y hasta embutidos en forma de violín como el ideado por el carnicero Stefan Fuchs, quien asegura tuvo un sueño iluminador en el curso del cual se le aparecieron los ingredientes de la receta.
En ella se unen, en mezcla ideal -según Fuchs-, la nuez moscada y el pistacho, para avivar la inteligencia. Cinco mil réplicas de ese violín comestible se vendieron en lo que dura un suspiro. El producto se ha convertido en la vedette de los supermercados vieneses.
Compitiendo con él, irrumpieron albóndigas con su masa de requesón y un latido provocador de chocolate líquido en sus entrañas bien provistas, sin contar pasteles, tortas y otras delicadezas para el paladar, definidas como una sinfonía de sabores.
La lista es interminable y de ella no escapan los aromas envasados con exquisitez bajo el conjuro del genio que solo alcanzó a vivir 35 años en los que trabajó como un obrero en la fragua, al calor de una inspiración siempre al rojo vivo.
¿Y su música inmortal? Se prodiga y expande, pero más bien como un telón de fondo sonoro para ambientar el jubileo.
Quienes lo aman de veras prefieren recordar al genio, más que en los conciertos de moda, en la soledad de una audición convocada como un acto de evocación personal y disfrute. Su música inundando una habitación en penumbras, como única dueña y señora.
Salzburgo, Austria, 28 enero 2006
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