En su discurso de celebración la víspera, aunque recalcó lo avanzado en el plano económico y defendió al presidente Ricardo Lagos, está implícito un reconocimiento al fracaso del sistema neoliberal «con rostro humano» de 16 años de gobiernos post Pinochet (1990-2006).
Cuando asegura que inaugurará un gobierno «más dialogante y paritario» centrado en tareas de corte social, y prometió reformas al sistema de pensiones y trabajo digno para todos, está subrayando de hecho que los anteriores no lo lograron.
La médico socialista llamó al mundo político a trabajar para mostrar al mundo -porque en Chile no está demostrado- «que una nación puede volverse más prospera sin peder su alma, que se puede generar riqueza sin contaminar el aire que respiramos o el agua que bebemos».
En un claro mensaje al empresariado privado recalcó «que se puede estimular a los que emprenden y avanzan, pero al mismo tiempo auxiliar a los que se quedan atrás, que se puede construir un país donde todos cabemos, mujeres y hombres, de la capital y de las regiones».
Prometió un nuevo Chile «que construiremos entre todos» y un nuevo estilo de gobernar, más participativo y justo y recordó al presidente Salvador Allende, médico socialista como ella a quien su padre -el general Alberto Bachelet- sirvió con lealtad hasta su muerte.
«Mi compromiso como Presidenta de Chile será «recorrer junto a ustedes un tramo más de esta gran Alameda de libertad que hemos venido abriendo», dijo en alusión al último discurso de Allende, pronunciado la fatídica mañana del 11 septiembre poco antes de caer en La Moneda.
Pero para sectores progresistas, que incluso votaron mayoritariamente por ella -una mujer con trayectoria como socialista de 35 años y en alguna época vinculada al sector más izquierdista de su partido- su triunfo no significa con todo un viraje a la izquierda.
Para ellos, el nuevo país prometido no parece se diferenciará mucho -como no sea en estilo y sensibilidad política- al gobierno de Lagos. Mantendrá en los fundamental el sistema económico, la apertura comercial y la política vecinal establecida por su ex mentor.
Y será así tal vez no porque quiera, si no porque en toda decisión política -y no hay decisiones más políticas que aquellas que afectan a la economía- debe primar un sentido de la realidad y no cabe dudas que recibirá -pasada la euforia fuertes presiones desde el poder..
Por eso no cabe dudas que como presidenta de Chile se enfrenta a desafíos que exigirán de ella una creatividad enorme, si pretende -como parece- ser consecuente con su afirmación: «diré lo que pienso y haré lo que digo. íPalabra de mujer!.
Su mayor reto para honrar más que nada el reconocimiento a su ética que casi cuatro millones de chilenos le dieron, será terminar con el odioso apartheid que margina del bienestar a la mayoría de los chilenos, pueblos originarios incluidos.
No menos grande será eliminar, como afirma un analista chileno, el estigma del «eso es lo que hay, nos guste o no, es lo que hay», que primó en los gobiernos que la han antecedido para justificar su pacto con la dictadura y los acuerdos a puertas cerradas con la derecha pinochetista.
Para Luis Sepulveda, esa es la única manera de entender que se aceptara por 16 años una farsa de constitución, el sistema electoral, la impunidad de criminales, la falta de derechos sociales y laborales, y la inamovilidad del modelo económico más brutal del planeta.
En todo caso su elección ha despertado en miles de chilenos un extraordinario sentimiento colectivo de esperanza como pudo verse ayer en la celebración de su triunfo, comparable sólo con la victoria de Pedro Aguirre Cerda en 1938 y Salvador Allende en 1970.
Por: Angel Pino R. El autor es corresponsal de Prensa Latina en Chile.
Santiago de Chile, 16 de enero 2006
Crónica Digital , 0, 87, 3