Para muchos la celebración del Día del Trabajo es la ocasión de dar curso a la oratoria, con bellas frases acerca de las conquistas laborales del pasado. Para otros será la ocasión de filosofar sobre el significado del trabajo, escogiendo, seleccionando las manifestaciones del trabajo más digno.
Cobra relevancia para nosotros en el pensamiento cristiano la maravillosa idea hecha realidad del Dios trabajador que, como lo expresó Jesús: mi Padre trabaja y yo también trabajo (Juan 5: 17).
Es el Dios que crea. La creación es el producto de su trabajo: Y vio Dios que era bueno se repite varias veces en el maravilloso himno a la creación, que registra el Génesis.
El Dios trabajador comparte esta capacidad creadora con el hombre, que es la culminación de su trabajo, puesto que entre todos los seres por El creados- sólo el hombre y la mujer son hechos semejantes a Dios, con la posibilidad de crear, laborar.
Dios interviene más tarde en la historia, expresando apoyo hacia ese pueblo que trabaja en Egipto, esclavos de la potestad del Faraón, y expresa su apoyo a esos esclavos y al trabajo que ellos realizan y les saca de esa tierra de esclavitud llevándoles a tierra de promisión y de vida abundante.
Cuando Dios se encarna en la vida humana lo hace en la forma de un siervo, Jesús, quien está dispuesto a realizar las tareas más insignificantes realizadas por el último esclavo de la casa. Y se inclina a lavar los pies a sus discípulos en una manifestación de humildad, pero al mismo tiempo, apoyando la tarea, el servicio del humilde esclavo. Es que, en Cristo, se nos muestra el verdadero espíritu del siervo que es obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
De Jesús se decía: ¿no es este el carpintero ? (Mc. 6:3). El no fue un príncipe, un general, un filósofo, es un hombre sencillo y común. Es uno que dignifica la vida. Es también el que dignifica la tarea, el trabajo humano. Es más grande el que sirve, dice Jesús. Y El está entre los hombres como el que sirve.
En verdad es Jesús quien da la perspectiva cristiana de la vida y la dimensión cristiana del trabajo. En El se inspiraron todos cuantos han querido respetar los hechos de la vida, del trabajo, de la salud, de la vivienda, de la educación, todos los últimos derivados de la dignificación de la vida y del trabajo.
En el contacto con Jesús aprendieron Juan y Carlos Wesley, en los días del desprecio por el trabajador en la revolución industrial del Siglo XVIII en Inglaterra.
En el contacto con Jesús recibieron fuerzas hombres valerosos como el pastor metodista Samuel Fielden y los demás mártires de Chicago, quienes hoy reciben el emocionado homenaje de los trabajadores del mundo. De Samuel Fielden son estas palabras:
Se me acusa de excitar pasiones, se me acusa de ser incendiario porque he afirmado que la sociedad actual degrada al hombre hasta reducirlo hasta la categoría de animal. ¡Andad!, id a las casas de los pobres y los veréis amontonados en el menor espacio posible, respirando una atmósfera infernal de enfermedad y muerte.
Respetando al espíritu de Jesús, obedeciendo su Evangelio, los mártires de Tolpuddle, en 1834, en Inglaterra, habían logrado formar un sindicato campesino en su pueblo, lo que les significó ser condenados a 7 años de prisión y trabajos forzados en Australia. Entre ellos había cinco metodistas, liderados por George Loveless, un predicador laico sobresaliente.
Así es: los principios cristianos no nos han sido dados como etiqueta para obtener renombre o prestigio; son para manifestarlos en la vida diaria. Debe haber coherencia entre el pensar, el decir, el hacer. Así fue la vida de Jesús.
Que el Dios encarnado en Cristo y su obra sigan desarrollando su trabajo en nuestra moderna sociedad, es nuestro deseo y oración.
Por: Obispo Metodista Isaías Gutiérrez
Santiago de Chile, 29 de abril 2006
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