Después de haber pasado por el siglo XIX donde el puritanismo, los prejuicios y las enormes diferencias de género anularon el erotismo de las mujeres, el XX aportó los más importantes descubrimientos sobre la sexualidad femenina. Actualmente, las mayores demandas tienden a insertar el placer sexual de las mujeres como parte de los derechos sexuales, al considerarlos una importante fuente de bienestar físico, psicológico, intelectual y espiritual.
Tiempo infinito duró la creencia entre hombres y mujeres que nuestro género solo estaba dotado para la procreación. A mediados del siglo pasado, al fin se hizo la luz para nuestro sexo. Los avances en el campo de la sexología, demostraron que la anatomía de las mujeres era mucho más compleja de lo que se pensaba, y precisaron las zonas de mayor estimulación en el cuerpo femenino.
En los años 50, el ginecólogo Ernest Gräfenberg revelaba la existencia del famoso y aún controvertido punto G; sin embargo, el mayor aporte vino con el resultado de una serie de investigaciones que concluyeron reconociendo que el clítoris es el órgano sexual con mayor capacidad de excitación y goce para las mujeres. Y que era, precisamente, su única función en nuestra anatomía.
En los 60, la creación de los anticonceptivos artificiales -mucho más seguros que los naturales que se usaban hasta entonces- permitieron deslindar el placer sexual de la reproducción. De manera cada vez más masiva, las mujeres, al estar a salvo de embarazos no deseados, pudieron acercarse más al goce que significaba una sexualidad sin riesgos de preñez.
Casi, como aquel que dice el otro día, se conoció también la capacidad multiorgásmica de las mujeres y sus posibilidades de vida sexual y goce hasta muy avanzada edad, siempre que no hayan recesos prolongados. Algunas de estas realidades todavía asustan a los hombres.
Entendiendo el placer
La web BBC Mundo. com, inserta un artículo sobre el placer sexual donde puntualiza la singularidad del erotismo femenino, al ser diferente en cada una de nosotras.
Señala el texto que el autoerotismo, reconocido ya como derecho sexual, se ha convertido en la recomendación fundamental de los sexólogos para entender el goce propio, junto a la imaginación y las fantasías.
Muchas de las tendencias en la respuesta sexual femenina se conocieron gracias a los trabajos de William Masters y Virginia Johnson, quienes revolucionaron el campo de la sexología en los años 70. Se pudieron establecer algunas tenencias generales en la respuesta sexual femenina, aunque no son necesariamente universales. Entre estas:
La respuesta sexual en las mujeres está particularmente asociada a recuerdos, fantasías y sensaciones ligadas a su parte emocional y táctil, mientras que en el sexo masculino está más vinculada a imágenes visuales.
En relación a las zonas erógenas, sobresalen el clítoris, los pezones, los labios, la parte interior de los muslos y los costados del cuerpo, aunque varían de mujer a mujer.
Las mujeres tienden a responder positivamente a una estimulación sexual continua; es decir, sin interrupciones.
El tiempo de excitación de las mujeres es más largo que el de los hombres, y necesita de una fase de deseo inicial, sustentada en fantasías y la corporalidad del otro.
Más allá de erotismo
Si bien es importante conocer cómo funcionamos nosotras las mujeres, la clave de nuestra riqueza erótica y sexual se imbrica esencialmente con el amor. Una fuerte atracción sexual -la famosa química- puede ser el preludio de una relación que inevitablemente decaerá si no se enriquece en el vivir cotidiano con ingredientes afectivos y humanos que es hablar de esa cercanía que solo se logra ante el respeto, el halago, el orgullo de vivir con alguien especial a nuestros ojos.
Desde los tiempos de Eloísa y Abelardo, oriundos de aquella edad media oscurantista y demencial contra las pasiones sexuales hasta el sol de hoy, no son mayoría las personas que en su adultez definitivamente se establecen en el bando de preferir el sexo sin amor.
La calidez del enamoramiento imprime a la vida un sello especial. Solo quienes se aman llegan a tocarse en todo el sentido de la palabra, con la piel, el tacto, el alma, la mirada…
No son pocos los adolescentes y jóvenes de uno u otro sexo, que asumen en su vida sexual el cambio frecuente de pareja o la variante de dos o tres relaciones paralelas, creyendo que mientras más parejas, más supremos son los goces. En esas andadas, no solo se ponen en riesgo de adquirir una infección de transmisión sexual, incluida en VIH, sino que también se ponen en riesgo emocional al percibir que no logran sentir un profundo sentimiento, algo realmente exclusivo. Las aventuras son como el sol de invierno: no traspasan la epidermis.
Coincido con el sexólogo colombiano Leonardo Romero quien reconoce que, lamentablemente, una buena parte de las parejas no saben construir amor. Y que como seres humanos tal vez podamos sobrevivir sin amor, ternura, erotismo; pero vivir a plenitud sin estas dimensiones muy difícilmente será posible. El enamoramiento, la formación de relaciones amorosas y eróticas desempeñan un papel importante en la vida de las personas.
Son variados los sentidos y órganos sensoriales que tenemos; sin embargo usamos unos pocos en el ejercicio del erotismo. Hemos aprendido a vivir la sexualidad de una forma prácticamente genitalizada, exclusivamente centrada en el orgasmo inmediato y fugaz, como si los genitales fuesen la única parte de nuestro cuerpo y los únicos órganos sensitivos que tuviésemos para disfrutar la relación de pareja,- manifiesta Romero y agrega que sin temor a errar podríamos afirmar que no pocos somos analfabetos en el arte de amar, de sentir. Desconocemos lo que somos como cuerpo, tenemos poca comprensión de lo que somos como órgano sensorial. Estamos perdiendo la oportunidad de descubrir las inmensas posibilidades sensuales que tenemos para vivir y disfrutar de nuestra sexualidad.
La piel que recubre nuestro cuerpo es de aproximadamente dos metros cuadrados y está construida por millones de células sensoriales y terminaciones nerviosas que nos permiten percibir y sentir, ternurizar, amar y erotizar…
Añade el sexólogo colombiano que intimar implica erotizar el encuentro, teniendo sexo con sentido; viviendo el amor con sentido sexual, y una genuina intimidad requiere de una vinculación afectiva profunda, cercanía existencial y mutuo conocimiento.
Podemos sentir y vivenciar la ternura y el amor, pero las actitudes, temores, creencias y estereotipos aprendidos en la sociedad occidental respecto al amor y el erotismo dañan y perturban el natural fluir de nuestra capacidad para ello.
Una buena parte de las parejas, a pesar de llevar muchos años teniendo sexo y conviviendo juntos, no logran construir intimidad, que va más allá de la compenetración física, -confiesa el sexólogo consultado. Algunas ni siquiera pueden hacer del encuentro físico una magia, lo cual les impide construir una genuina intimidad amorosa. No saben hacer el amor, pero no en sentido sexual, no saben ser constructores del amor, de un amor que sea único y exclusivo, que viva y cambie, crezca y no se anquilose, brille, libere y no consuma, que dé vida y no muerte, que produzca placer y no dolor.
Cuerpo, emoción y conciencia son componentes claves del erotismo dice– y no se consigue aprendiendo posiciones gimnásticas, ingiriendo sustancias extrañas o usando prendas circenses, sino con una clara conciencia de la libertad para el goce íntimo.
El amor es una construcción nunca acabada, que evoluciona y cambia, que vitaliza y activa la creatividad emocional y que transforma a los seres que lo experimentan.
Advierte el psicólogo Leonardo Romero que nacemos con una inmensa capacidad para amar, dar y recibir ternura, erotizar, pero estos potenciales son sensibles al aprendizaje y a la educación. Necesitamos una educación sexual intencionada y sistemática, que forme seres humanos con capacidad de reconocer su cuerpo como fuente de placer, que aprendan a sentir y expresar con el cuerpo qué son, que desarrollen inteligencia para amar, y sean capaces de intimar y construir vínculos sanos.
Romero es enfático al decir que no será posible una sociedad sexualmente saludable si no se sabe amar plenamente, y si la misma sociedad no institucionaliza una educación sexual que desarrolle estas potencialidades. Hará falta apostar a la formación de seres humanos que aprendan a amar con inteligencia emocional y responsabilidad.
Máxima alerta
El placer tiene a su vez un profundo sentido emocional si hay amor. Lo que hace sublime el sexo es su presencia. Sin embargo esta ecuación, no suele funcionar al revés, es decir, no se concibe que el sexo haga bello el amor.
Tal como lo describe la experta Helen Fischer, algunos hombres creen que el sexo se limita a tener un orgasmo. En cambio, por lo común, las mujeres sitúan el coito dentro de un contexto físico más amplio e insertan el sexo en un tejido emocional más completo. Numerosas investigaciones sobre el asunto, así lo testifican.
La articulista de la web En buenas manos.com, Ana Elena Costa, se hace una pregunta que bien cabe en este contexto: ¿Dónde dejamos el instinto? ¿Dónde dejamos ese impulso primario que nos motiva a todos los hombres, mujeres y animales a satisfacer nuestras necesidades primordiales en base a un conjunto de actos espontáneos? Se dice que el impulso sexual junto con el de conservación, son lo que rigen la vida. El primero ayuda a conservar la especie, mientras que el segundo perpetúa al individuo. La naturaleza ha provisto, tanto a hombres como a mujeres, de un determinado tipo de hormonas, cuya función consiste en que el hombre y la mujer se atraigan mutuamente, asegurando de una manera instintiva, la continuación de la especie.
La autora cita las palabras del Dr. Otto Schwartz, quien reconoce que la aparición del instinto sexual es una fuerza imperiosa que nos empuja y nos urge como un apetito que no puede saciarse como los demás apetitos. El instinto sexual es una necesidad que los seres humanos buscamos satisfacer. Sin embargo, deja bien claro la articulista que como en esa necesidad están inmiscuidas dos personas, necesariamente surge una correspondencia, una reciprocidad, una relación de dar y recibir. Por lo tanto, la necesidad deja de ser primaria y es mucho más.
La propia Ana Elena Costa también se pregunta: ¿Qué sucede con la prostitución? En ese caso no existe reciprocidad, no se cubre una relación sexual recíproca. Con la prostitución, las relaciones entre dos implican por un lado, la búsqueda del placer; pero por el otro lado, existe el interés comercial, así que con la prostitución, no se está compartiendo el placer.
La tendencia común de hombres y mujeres es buscar relaciones sexuales en donde el placer sea mutuo; de esta forma el goce es mayor. Cuando se hace el amor con alguien, la pretensión individual es obtener placer, a no ser que medien otros intereses.
¿Esto quiere decir que el placer es lo fundamental en las relaciones sexuales? Es la tercera pregunta que se hace la experta Ana Elena Costa. Se viven tiempos en donde se da mucha importancia al hedonismo, personas que viven su vida, en busca de satisfacer todos los placeres y entre los principales, está el sexual. Hablar del placer es ubicarnos en el momento justo, situado entre el deseo y la satisfacción del deseo; por lo tanto, encontrarlo es la meta final de muchas relaciones. Entonces, cuando en la sexualidad se brinda y recibe placer, se cumple lo que mencionamos anteriormente: la reciprocidad.
La articulista hace una observación: Muchas relaciones sexuales de una noche, cumplen con esta afirmación de reciprocidad: realizan el acto sexual y cada miembro de la pareja consigue placer, llegando a una sensación de satisfacción absoluta. Pero al igual que con la prostitución, la mayoría de las personas, en algún momento de su vida, se sienten inconformes con este tipo de relaciones casuales. Buscan algo más que placer en las relaciones íntimas y no necesariamente por una cuestión moral, sino que desean encontrar un sentido diferente al acto sexual ¿Qué cosa es ese sentido diferente? Es la cuarta pregunta que se hace la autora y en breve responde: Ese «algo más» que se busca y que no está alejado del placer, se llama amor.
Es así que cuando una pareja realiza el acto sexual y a la vez siente amor, hace que el placer se extienda a otro nivel. En este caso, el placer no sería un fin en sí mismo, sino la culminación, el premio de una relación en donde interviene algo mucho más profundo que una necesidad biológica, algo más humano que la búsqueda del placer por el placer; algo tan hondo, como sólo puede ser el sentir amor y sentirse amado.
Por: Aloyma Ravelo de Revista Mujeres
Santiago de Chile, 30 de junio 2006
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