DE GOETHE A MANN

‘Y es esta misma idea de búsqueda iniciatica la que llevó al propio Thomas Mann a comparar su gran obra, “La montaña mágica” (Océano-Edhasa, 2006, una nueva y excelente traducción), con el “Fausto”.

El conocimiento del pecado constituye una condición previa para la redención. Esto es esencial en el aprendizaje de Hans Castorp, en un sanatorio donde la enfermedad y la muerte son solo estaciones necesarias en el camino hacia el conocimiento, la salud y la vida. Como dice el propio Castorp; “Hay dos caminos que llevan a la vida. Uno es el camino ordinario, directo y honorable. El otro es peligroso, es el camino de la muerte, y este es el camino genial”.
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El antecedente fundamental esta en el “Fausto” de Goethe, donde el tema del sentido de la vida toma diversas formas. Desde las iniciales alusiones románticas del primer tomo hasta la actitud más racionalista, en los marcos de su relación con Helena, en el segundo tomo, Goethe nos va dando cuenta de una evolución profunda, seria, en su pensamiento respecto al hombre.
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La muerte a que repetidamente hace referencia es claro que no siempre ha tenido el mismo significado para los hombres. «Mefistófeles.-… no es mi intención llevarte a la muerte, y sí tan solo a la casa de tu querida». Esta afirmación, una de las varias referencias que le hace a Fausto, da cuenta de un vínculo de la muerte con la vida que posee cierta particularidad, que nos será ratificada en términos aparentemente inversos a la afirmación de Mefistófeles en la muerte misma de Margarita. Ella muere salvándose, haciendo de la muerte algo realmente bello, pues con la muerte rechaza el compartir el camino escogido por Fausto. Su muerte es de una profundidad que, en su simpleza de pensamiento, no puede comprender Mefistófeles. Pero cuya riqueza de sentido es intuida por el lector en la asociación que se hace en la escena entre la muerte y la vida que lleva Fausto.

El Romanticismo ha transformado a la muerte, de algo terrible en algo bello. La creencia de la relación entre pecado, sufrimiento y muerte se modifica en forma decisiva. Como consecuencia, la muerte se convierte en un mero estado transitorio, una preparación que precede a otro mundo. Parece evidente que este fenómeno debió estar vinculado al desarrollo de la privacidad y de los estrechos nexos emocionales de la familia nuclear. Todos estos, elementos que están presentes en el nuevo mundo alemán, y europeo en general, desde mediados del S. XVIII y particularmente en el período posterior a la revolución francesa.

Como parte de este mismo proceso, podemos constatar el temor de Fausto a los problemas y la inseguridad de lo cotidiano: «Cada día se presenta el dolor bajo una nueva forma: tan pronto es el hogar como la corte, como una mujer, un niño, el fuego, el agua, el puñal o el veneno».
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Sin embargo, para Fausto todo tiene solución en los marcos de la vida o mejor dicho de la naturaleza; ésta ordena la existencia. Con respecto a esta actitud de Goethe sobre la muerte se a afirmado que se trataba de una interpretación de la existencia por la existencia misma, independientemente de toda metafísica y de toda religión. Si es así, entonces él acepta la muerte como complemento natural de la vida, no la tendería a ocultar como el hombre moderno, ni la transforma en un más allá que niega lo natural.
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El cuadro social en Alemania era heterogéneo y la vida se desarrollaba en una confusión de pequeñas comarcas históricas que se habían ido formando en razón de circunstancias político dinásticas. La revolución norteamericana, la Revolución francesa y la creciente importancia de la industrialización habían alterado la naturaleza política, social y económica de Alemania. Prusia había consolidado su posición y se convertía en una gran potencia europea, y así Alemania conoció los primeros brotes de una genuina conciencia nacional.

Es en este marco en el que se desarrolla en Goethe una concepción de su propio rol como individuo mucho más moderno, más vinculado a la vida ciudadana, a la vida normada, positiva. En vida de Goethe, Alemania era un mundo que favorecía un determinado modo de reflexión, que caracteriza su histórico personaje, el cual marcó de manera decisiva el desarrollo posterior de la literatura germana.

Así Fausto representó la visión de Goethe de la tragedia del hombre. Superado el temor a la muerte física, lograda su aceptación positiva, y desplazada con ello la antigua contradicción trágica de la vida y la muerte, como expresión «sine qua non» de las contradicciones de la existencia del hombre. El hombre vive su disputa interior a partir de su conflicto de comunión con la naturaleza, lo que lo rodea, Dios, los otros hombres.

Se trata de una relación de conflicto, de su enfrentamiento cotidiano, del que el hombre debe aprender. Este es el camino que emprende Fausto, y talvez lo mas notable es el mero hecho de emprenderlo, de plantearse el problema desde la primera parte de su obra.

En la segunda parte, Helena es la culminación de la posibilidad de reconciliación, la definición, significa algo más que la belleza femenina, pues la seducción de la sencilla Margarita, en la primera, había dejado en Fausto una profunda insatisfacción. La belleza de Helena transciende a la de la más graciosa doncella mortal. Así como Margarita simboliza la pasión sensual, así Helena representa la experiencia estética, la etapa superior.
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Mefistófeles, al comienzo, es portador de la idea de muerte física, es un poderoso instinto oscuro que vuelve siempre a reprimir la creencia en el poder del bien. Pero por sobre todo hace terrena la noción de la muerte, la simplifica, le quita la profundidad que, con sentido practico, incluso bello, le asigna Fausto. Para Mefistófeles todo pensamiento elevado se convierte en algo cotidiano, sensible, que no vale la pena; «Mefistófeles: Tu eres, finalmente… lo que eres», le dice a Fausto. La fuerza de este personaje radica en que su esencia constituye un elemento básico de la evolución intelectual del hombre.

Sin embargo, a lo largo de la obra, Goethe va liberando crecientemente a Mefistófeles de sus rasgos sobrenaturales, acentuando así su carácter terreno y natural, como cuando afirma que “Aún cuando no se hubiese dado al diablo, no sería menos inevitable su pérdida”. De la naturaleza del hombre forma parte el mal, como la muerte forma parte de la vida. Y lo reconoce «Mefistófeles:… Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien».
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Comparto la idea que tanto Goethe como Mann forman parte de esa tradición germana, donde parece que estamos en un camino de progreso ininterrumpido de la especie humana, pero que solo avanza por medio de una cadena de tragedias individuales. Las tragedias de cada uno, de Fausto en este caso, es parte de las de toda la humanidad, pero ello no excluye el arrepentimiento del hombre en el marco de su propia tragedia.

Lo dice «Fausto:… ¡Hay, si no hubiera nacido!». Y el mismo Goethe “Todo hombre extraordinario esta llamado a cumplir una cierta misión. Una vez realizada, ya no es necesario aquí, en la tierra, y la providencia lo destina a otra cosa. Mas como aquí abajo todo tiene que acontecer por caminos naturales, los demonios le echan una zancadilla tras otra, hasta que acaba por caer”.

La primera parte de la obra nos insinúa un destino en el camino del hombre, pero todo queda más claro en la segunda parte. La vida y la muerte son un todo natural. Es un camino similar al que hacemos en “La montaña mágica”, es nuestra búsqueda del Grial que, aunque no lo encontremos, en la esperanza de encontrarlo nos permite intuir la cercanía de la muerte.

Thomas Mann señala que aquí esta la “idea del hombre”, antes que se vea arrastrado, desde sus alturas, hasta la catástrofe europea. Es la concepción de una humanidad futura que se encuentra atravesada por el conocimiento más profundo, la enfermedad y la muerte. “Porque el hombre mismo es un secreto, y toda humanidad descansa en el respeto al secreto del hombre”. Hans Castorp nos hace el llamado final: “El amor es lo único que hace frente a la muerte; solo el amor, no la virtud, es mas fuerte que ella… En nombre de la bondad y del amor el hombre no debe dejar que la muerte reine sobre sus pensamientos” (las cursivas son del texto original).

Gonzalo Rovira S, es miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.,

Santiago de Chile, 11 de mayo 2007
Crónica Digital , 0, 105, 9’

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