Los virus atacan sin piedad y la profundidad de sus efectos dependerá del poder de los anticuerpos. Las agresiones son silenciosas y la defensa del caso – que no es médico sino político – debería estar a cargo de los gobiernos. En otras palabras, si las autoridades constitucionales de Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay no salen en su defensa – pues a veces incluso se comportan como portadores de virus- el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) seguirá corriendo serio peligro de muerte.
En este despliegue de fuerzas defensivas tienen también un papel destacado que cumplir los gobiernos de Bolivia, Chile y Venezuela, tres modelos de asociación al bloque en distintos grados de intensidad.
Llama la atención que, salvo excepciones, los máximos responsables del MERCOSUR guarden silencio respecto de la extraña prudencia agazapada de Estados Unidos, que, mientras por ejemplo Uruguay y Argentina discuten por la fábricas de celulosa, avanza sin prisa pero sin pausa en el tejido de una verdadera maraña de Tratados de Libre Comercio (TLC) con los países de la región. El último caso sonado fue el de esta semana, cuando el jefe de Estado saliente de Perú, Alejandro Toledo, le puso rúbrica al suyo, cuando aún no terminó de definirse siquiera el resultado de la primer vuelta electoral de hace 15 días.
Alerta especial debió sonar en el área cuando el presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, dijo este miércoles en Asunción, Paraguay, que «así como está en MERCOSUR no sirve». Su reflexión obedece al empantanamiento en el que se encuentra la relación entre Montevideo y Buenos Aires en torno a las papeleras que se están construyendo sobre el río fronterizo, y que no puede ser resuelta debido a la presencia dos puntos que pertenecen al universo del virus en cuestión.
La construcción y puesta en marcha de fábricas de pasta de celulosa en América Latina – en Argentina también las hay- responde a la falta de decisión para debatir el tema de fondo, es decir qué modelo de desarrollo se elegirá para el futuro de la región, si el ecocida que proponen Estados Unidos y la Unión Europea (UE) o uno propio, sustentable, recuperador de nuestros recursos naturales y democrático en términos, económicos, sociales, políticos y ambientales.
Es más, mientras los dos principales motores del MERCOSUR -Brasil y Argentina- sigan privilegiando una lectura arancelaria y comercial de la integración – lectura esa que corresponde a los intereses de las grandes corporaciones transnacionalizas y a su nuevo concepto de división internacional del trabajo -, sin contemplar mecanismos de compensación para los socios menores, las fuerzas conservadoras que anidan incluso en los gobierno nacidos como progresistas, seguirán haciendo uso de ese legítimo reclamo -el de la paridad de condiciones dentro del bloque- para abrirle el juego a los intereses de Estados Unidos y su despliegue de TLC por el continente.
Recordemos que el empantanamiento entre Uruguay y Argentina antes mencionado muestra como telón de fondo al hecho de que Montevideo mantiene un tratado de protección de inversiones -en este caso con Finlandia, pero también con Estados Unidos-, instrumento éste que se inscribe en la receta propuesta por los TLC. Dicho sea de paso, Argentina también tiene suscritos convenios de ese tipo.
Recurriendo a una inevitable dosis de realismo, poco se puede esperar de la colaboración de Chile para defender al MERCOSUR, pues con Michel Bachelet o sin ella, el país andino exhibe sus cartas con mucha transparencia: vanguardia de los TLC con Estados Unidos; implantación de programas económicos ecocidas, sobre todo en el Sur, donde las fábricas de celulosa hacen estragos en el medio ambiente y envían a la cárcel a los mapuches que luchan por sus derechos.
La Bolivia de Evo Morales puede ser clave en este proceso, pero si las corporaciones energéticas con asiento en los países principales clientes de su gas, privadas en Argentina y estatal en Brasil- insisten en que la nación del Altiplano siga proveyendo de energía barata al capitalismo concentrado del MERCOSUR, poca ayuda le estarán dando al presidente indígena y enorme será el favor que le hagan al virus que atacó al proceso de integración sudamericana. Reestructurar el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) constituye un imperativo si se pretende que este foro no muera, pero si tiene que morir para que nazca una verdadera integración, entonces que muera, dijo este miércoles en Paraguay el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, según informó la agencia Prensa Latina. Chávez se reunió en la capital paraguaya con sus homólogos Nicanor Duarte, del país anfitrión, Evo Morales, de Bolivia, y Tabaré Vázquez, de Uruguay.
La reunión tuvo como objetivo alcanzar una fórmula de acuerdo de integración en torno al llamado «anillo energético», que se insertaría en el proyecto impulsado por el mandatario venezolano, con la colaboración de Argentina y Brasil, destinado a crear un gasoducto de ocho mil kilómetros en Sudamérica.
Esta claro que el presidente venezolano cargó con el problema sobre sus espaldas y fue preciso al respecto. No sólo aludió al no duelo por la muerte del MERCOSUR, si de ella nace una instancia superadora, pero también alerto sobre las fuerzas que juegan en contra. En ese sentido deberían entenderse sus palabras, cuando dijo «los que no quieren que nos integremos sí tienen una estrategia. No tengo duda de que están alentados por una estrategia desintegradora». Es el virus del que habla este análisis en sus primeros párrafos.
También consideró que la Comunidad Andina de Naciones (CAN) ha fallecido, que el golpe de gracia se le dio Perú al firmar un TLC con Estados Unidos, y admitió que su país se retiró del bloque «porque no le sirve a los pobres, a los indígenas, sino a las elites». Esta última expresión puede a su vez ser leída en el contexto de otra afirmación que hiciera Chávez en Asunción, que a la integración hay que llenarla de pueblo.
Es decir, que no sólo hay que rechazar la mirada exclusivamente arancelaria y comercial que propone el sistema corporativo de capitales concentrados, sino que el proceso de integración como herramienta para una América Latina con voz propia, con vocación de rompimiento de paradigmas históricos, con sociedades con justicia distributiva y democracias efectivas, debe ser un proyecto esencialmente político, en el que los emprendimientos energéticos son fundamentales, pueden ser un punto de arranque, pero que por sí solos no alcanzan.
No se trata de integración en abstracto sino de un sistema de participación social en el que hay más de un modelo en juego. Los políticos y académicos, que tanto hablan sobre integración en sentido abstracto y tanto se inspiran en la experiencia de la UE, deberían recordar lo sucedido en Francia, hace pocos meses, cuando una mayoría electoral le dijo no al proyecto de Constitución comunitaria. En esa oportunidad, lo que se expuso sobre la mesa fue un debate acerca del tipo de integración que se propone.
Si la sociedad francesa, que goza de la opulencia y del latrocinio al que se ven sometidos los países periféricos, entabló ese debate, qué enorme necesidad tiene de hacerlo nuestra América, que vive atrapada por los efectos del modelo hegemónico, en la coyuntura histórica por el virus.
Por: Víctor Ego Ducrot de (APM)
Santiago de Chile, 21 de abril 2006
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