Las tensiones políticas anteriores desde que terminó la dictadura militar, correspondían a graves fricciones entre la cúpula militar y el gobierno de la Concertación, cuando el ahora Ex General A. Pinochet, comandaba los remanentes de poder del bloque militar-derecha política, que aún tiene vigencia.
A la reciente demanda estudiantil de mayo y parte de junio, se le agrega ahora una apocalíptica exigencia por un cambio de gabinete ministerial, acompañada por movilizaciones sociales bajo la égida de los derechos ciudadanos. La idea proviene principalmente de la oposición que la forman mayoritariamente dos partidos de derecha que mantienen simpatías con el régimen militar. Sin que medie ningún intento de diálogo político en estos primeros cien días, los grupos que presionan para un cambio de gabinete, han demostrado que el estilo beligerante y golpista de los que apoyaron el régimen militar no se ha erradicado.
Por el tenor de las editoriales, por el estilo de provocación de la campaña orientada a desestabilizar, la urgencia para este cambio de gabinete marca la fragilidad de una mascarada de representatividad política. Es el defecto de fábrica del sistema político chileno para los aperturistas del sistema binominal. Es la gran virtud para los adherentes al legado constitucional del régimen militar, que pueden todavía en 16 años controlar desde la oposición, sin el desgaste de ser cúpula.
Toda la presión se está ejerciendo a través de los medios acoplados con esta oposición usando una crítica indiscriminada. Cambios de gabinete a ultranza; obstruir las 36 primeras medidas del gobierno sin transar; impedir un debate nacional acerca del sistema electoral binominal; obstaculizar reformas constitucionales indispensables; forman la cartera de una oposición de derecha que se nutre con principios de civilidad que nunca practicaron en dictadura.
Estas demandas de la oposición, coinciden -no es accidental- con una estrategia comunicacional amplia y coordinada con empresas de encuestas de opinión ensambladas en un subrepticio frente anti Michelle Bachelet. Aunque hasta hoy, casi nadie se atreve a asumirlo en público, este frente se había construido antes de que asumiera.
Encabezada por los grupos económicos y políticos del pinochetismo tradicional más recalcitrante, la campaña se refuerza por el ubicuo espectro de beneficiados de un sistema político de cuestionada representatividad. En Chile, el vaivén de las obsesiones por el poder es un fenómeno más pendular y generalizado de lo que se pudiera imaginar en una sociedad que tuvo una dictadura militar tan represiva. La izquierda del llamado bloque extraparlamentario, tampoco ha podido evitar caer en ese vaivén, y dispone de los personajes de siempre que un día están aquí, y otro día más allá.
En el fondo, los que han negociado y montado, por más de una década, la plataforma de gobernabilidad que mantiene al país con varios focos críticos de problemas, no están en condiciones -o no desean porque pierden poder- de comenzar la verdadera reingeniería política que distribuya poder, que es el tema central.
Los partidos que componen la coalición de gobierno, han acudido a destiempo a proteger su gobierno. Este a su vez, en un régimen presidencialista, en el fondo no dispone de los medios de transformación, condicionado por una constitución hecha para gobernar en dictadura y mantener el status quo. Por eso que estos movimientos políticos en contra del Gobierno, confirman que la reforma constitucional llevada a cabo por el presidente saliente fue insuficiente, y se transforma en el peor legado para la actual administración.
Lo que puede sorprender hasta cierto punto es la aceleración para montar la actual coyuntura. Si se aplican coordenadas del espectro internacional, la actitud de una oposición a ultranza embistiendo a un gobierno que apenas asume, calza con el clima internacional de anarquía e incertidumbre que tan buenos resultados les han dado a los neo conservadores en la conquista de espacios de poder.
El neo conservadurismo no lleva sólo una marca de fábrica de los EEUU, sino que adquiere sus propias formas en Canadá, México, España, Italia, Gran Bretaña, Alemania, y hasta en partes tan distantes como lo son Chile, las Filipinas e India. El fondo de la idea es el mismo: mantener el status quo económico y político sacramentado en el ajuste económico de los años 80.
El detonante: sentar las bases de un estado de bienestar moderno
Hay una frase en la revisión de estos primeros cien días de gobierno que ha sido el detonante de toda la carga de presión desestabilizadora de los oponentes de derecha al gobierno. Por primera vez en los cuatro gobiernos de la concertación se planteaba sin ambages la necesidad de sentar en Chile las bases para un estado de bienestar moderno. Nadie en sus cabales, lidiando con una derecha en ascenso, y en el marco de una virtual cohabitación de gobierno con los grupos económicos como funcionó la administración anterior, podía atreverse al planteamiento de sentar las bases de un estado de bienestar moderno.
En los gobiernos anteriores, se habían destacado solidaridad, reducción de la pobreza y las desigualdades, el desarrollo sustentable con equidad, y todo el menú adaptable del eclecticismo progresista para avanzar sin romper la barrera del cambio estructural. Ahora, en el discurso del gobierno estaba por cierto todo esto, pero encapsulado en una frase -sentar las bases de un estado de bienestar moderno- que para los partidarios ortodoxos del ajuste económico, era como una declaración de guerra
En el intento, la declaración de principios del gobierno apunta a formar un estado de bienestar moderno sin cambiar la esencia del sistema, en una suerte de neo- keynesianismo funcional a las condiciones actuales del sistema financiero. Sin embargo, la carga ideológica del concepto superaba el umbral de tolerancia de una clase política -la derecha- que lo único que ha hecho en Chile después de la dictadura, es impedir la rectificación política y social. Es decir, son liberales de palabra, no de hechos. El neo keynesianismo les huele a protosocialismo.
Terminar con el binominalismo en el sistema de representatividad es un punto clave en esta instancia de crear esas bases. Cuando no se admite que el ajuste estructural de los años 80, destruye el corazón ético del liberalismo: o sea su estado de bienestar, y cuando precisamente desde las mismas fauces del país modelo del ajuste como Chile, surge la necesidad política de rectificar ese ajuste, algo falla en la médula del liberalismo chileno, o es que nunca existió.
En el gobierno ha habido osadía, y aunque todo pueda quedar en el diseño por la obstinación de la derecha, la apertura de una agenda está allí. Por lo menos es un intento de salir de la reclusión impuesta por la prudencia autoritaria del período anterior.
Pero este no es un dilema solo de la concertación, ni menos del actual Gobierno. Es de todos. Si la agenda se abrió, hay que entrar en ella y debatir al menos esa frase de sentar las bases de un estado de bienestar moderno. Para la derecha perder una cuarta elección podría ser, pero aceptar otra vez un estado de bienestar aunque sea moderno y pos neo keynesiano habría sido y es demasiado.
Por: Juan Francisco Coloane. Tomado de Argenpress
Santiago de Chile, 21 de junio 2006
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